Extraordinario periodista de la “Belle Époque”.
Documentalista “papelista” e investigador. Memorialista, cuyo cerebro
privilegiado deja traslucir en la palabra escrita, pensamientos, algunos
de ellos oníricos. Es un apasionado del “mejor oficio del mundo”.
Escribió infatigablemente desde su tierna edad: ya sea una breve
semblanza, una crónica, un relato histórico, un ensayo provinciano, o
“dibujando” con su magnífica pluma, paradisíacos paisajes vallunos y
semblanzas de mujeres notables que dejaron improntas profundas. No
sabemos cómo lo hace. De pronto, como por arte de magia, aparece un
libro con su firma. Un producto literario del acucioso “Rafito”, como lo
llamamos con afecto sus colegas. Habita en una modesta casita en la
“Capital de las Flores” Tiquipaya, rodeado de infinidad de libros y
documentos apilados en un desordenado escritorio. Vetustos diplomas
orlan también las paredes de su lugar de trabajo. Rafito ”cara a cara”,
deja correr una imaginaria cinta magnetofónica oral, reviviendo
historias, anécdotas, episodios, fechas y nombres, transcritos al papel,
gracias a su vieja máquina de escribir, que no fue sustituida por la
moderna computadora.
Es un ameno y fecundo cuenta historias.
Recuerda con visible nostalgia, la “Época de Oro del Periodismo”:
Quijotesco, honesto, vibrante, ético y apasionante. Como el español,
Miguel de Unamuno, es incansable lector. Prolífico padre de trece hijos,
doce de ellos viven, producto de la unión con “el amor de su vida”,
Doña Alicia, ya fallecida. Se considera “quillacolleño” por adopción.
Con 92 años encima, sigue aportando a esa tierra “donde pasó los mejores
años”. De niño, fue testigo ocular del asesinato de un candidato a
diputado por el partido “Republicano Genuino”. Fue, asimismo, un
“curioso pichón de periodista”. Se paseó por las redacciones de viejos
diarios paceños como “La Noche” de Mario Flores, “La Calle” de
Montenegro, Arce y Céspedes. Estudió en ese tiempo un oficio técnico
(arte tipográfico), en la Escuela Industrial “Pedro Domingo Murillo” e
hizo amistad con muchos políticos de la época. Hizo sus primeras armas
en “La Patria” de Oruro, donde conoció a su “maestro”, jefe de redacción
José Horacio Gordillo (fallecido) y a brillantes jóvenes redactores,
como Luis Ramiro Beltrán. En “Los Tiempos”,se inició como corrector de
pruebas, bajo la mirada del jefe de redactores, el escritor Jesús Lara y
del autor del libro “Historia del Periodismo Boliviano”
Eduardo Ocampo Moscoso. En 1953 fue testigo de la invasión y
destrucción y el saqueo de la biblioteca de su director Demetrio
Canelas. Tiene un libro inédito sobre ese infausto episodio.
En
“La Patria”, conoció a eminentes personalidades, donde el incesante
tecleo de las destartaladas máquinas de escribir en la humeante sala de
redacción, le daban un marco musical estentóreo, que epilogaba con la
inevitable bohemia nocturna. En síntesis, ese es el “maestro” Peredo, a
quien le rindo sincero y emocionado homenaje.
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