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lunes, 19 de julio de 2010

violador de sepulcros, necrófilo, inventor de la historia, personalidad despótica y atrabiliaria le atribuyen al dictador de Venezuela Chávez.

Dentro las múltiples psicopatías o enfermedades mentales que suelen caracterizar la personalidad de los déspotas, especialmente de aquellos ignorantes y mediocres que se encumbraron en el poder e ingresaron a la historia por el simple hecho de haber estado allí, está el de la necrofilia, una suerte de atracción morbosa por la muerte o por alguno de sus aspectos que, junto al narcisismo y a la paranoia, los transforma en bestias humanas convencidas de afianzar y perennizar su poder con ayuda del mas allá.

Casos reales y contemporáneos fueron muy corrientes en los regímenes comunistas de la fracasada Unión Soviética, donde se rendía culto a los cadáveres de Lenin, Stalin y otros, con una devoción lindante con el paroxismo, hasta que tuvo que llegar la época del glasnost para desterrar esta práctica enfermiza.

En nuestras latitudes, uno de los casos de necrofilia más relevantes fue el protagonizado por el ex ministro de Bienestar Social de la Argentina “El Brujo” José López Rega, quien, cuando Perón acababa de morir, pidió a los médicos que se apartaran pues iba a resucitar al presidente de los argentinos, gracias a sus poderes espirituales.

Lo tomó de las piernas y sacudiéndolo exclamó: “¡Despierta, Faraón!”. Obviamente no pasó nada... Algo parecido sucedió con el peregrino cadáver de Eva Duarte de Perón quien, según Tomás Eloy Martínez, autor de “Santa Evita” y “La novela de Perón” contó que este le había dicho que él conseguiría que su alma pasara al cuerpo de Isabel Martínez mediante el rito de la Umbanda. En efecto, una vez recuperado el cuerpo, este Rasputín criollo yació con los cuerpos de Evita y Perón, en una capilla ardiente en la residencia Presidencial de Olivos, donde nadie, ni la Familia Duarte tuvo acceso.

Como corolario lúgubre a este relato, noticias provenientes de Venezuela dan cuenta de que el Mico-mandante Hugo Chávez, en un rapto de absoluta insania mental autorizó la apertura del sarcófago que guarda los restos del Libertador Simón Bolívar, dizque con el objeto de determinar las causas de su muerte. Tamaño sacrilegio solo es explicable, por el morboso afán del necrófilo, de jurungar la osamenta del prócer, a lo que sobrevendrá aparejado un mañoso “examen científico” que determine las enormes similitudes físicas existentes entre el patricio caraqueño y el zambo cuarterón de Barinas.

No hace ni dos semanas que este lunático protagonizó junto a Rafael Correa un sainete macabro, llevando tierra a Caracas desde la localidad peruana de Paita, como si fueran los restos de Manuelita Sáenz. Ya nos imaginamos las truculentas fantasías que cruzaron por su mente durante las celebraciones. ¡De la que se salvó Doña Manuela, al llegar ya hecha polvo!

Lamentamos la ausencia del célebre apresador de tiranos Baltasar Garzón que en estos momentos ya le habría aplicado al orate el artículo 526 del Código Penal de España que establece: “El que violare los sepulcros o sepulturas, profanare un cadáver o sus cenizas o con ánimo de ultraje, destruyere, alterare o dañare las urnas funerarias, panteones, lápidas o nichos, será castigado con la pena de prisión de tres a cinco años o multa de seis a 10 años” ¡Pobre diablo! Chávez debería ir preso por padecer de la necrofilia que suele aquejar a los déspotas.

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