Cuando el presidente Morales afirmó que el “gasolinazo” podía afectar su imagen, tenía razón. Es por eso y porque le importa demasiado mantener su perfil de gran caudillo, que esperó cinco años para “nivelar” los precios de los combustibles. Y tal vez nunca lo hubiera hecho, de no haber sido por la calamitosa situación económica en la que ha dejado al país, la afanosa construcción de su andamiaje de poder y la costosa edificación de su popularidad.
Mantener a Bolivia en una constante situación de “campaña electoral” le ha impedido a Evo Morales y tal vez para siempre, tomar decisiones responsables. El siempre escuchó al pueblo, pero sólo con fines electoralistas y sólo atendió a la parte del país que le ha demostrado lealtad en las numerosas concurrencias a las urnas. Repetía constantemente que no había llegado a la presidencia para hacer gestión sino para refundar Bolivia; llamaba “burocracia” a las normas que exigen transparencia en la administración pública y su definición de ley era muy parecida a la que tenían los reyes que se creían la encarnación de Dios.
Para él, escuchar al pueblo era aumentar los sembradíos de coca; tolerar a los contrabandistas; pasar por alto una norma que prohíbe la importación de ropa usada; nacionalizar cada vez que se acercaba una nueva elección; darle duro a los agropecuarios del oriente; regalar plata a manos llenas mediante bonos y cheques venezolanos y perseguir a los opositores. De forma insistente se le ha recordado al Presidente y a su gobierno que mediante esas medidas se pueden conseguir muchos amigos, pero no es posible construir un Estado. El “gasolinazo” es la mejor prueba de aquello y tan grave se le ha puesto el problema al Primer Mandatario, que sus “amigotes” ni siquiera están dispuestos a aguantarle un “minigasolinazo”.
Es verdad que en estos días la popularidad del Presidente ha llegado a su punto más bajo, pero el declive empezó hace mucho y a Evo Morales parecía no importarle, pues no había ninguna elección a la vista. El 4 de abril del año pasado el pueblo boliviano se expresó de forma contundente y el Gobierno decidió no escuchar esa voz que exigía democracia, diálogo y manejo equilibrado del poder. Durante estos cinco años la ciudadanía se ha manifestado incansablemente a favor de un acercamiento entre el oficialismo y la oposición, pero de manera sistemática se optó por la persecución y la judicialización. Los procesos en contra de autoridades y líderes opositores nunca gozaron de credibilidad y la población jamás apoyó los ataques contra la prensa y la Iglesia Católica, cuya imagen está por encima de cualquier otra, incluida la del Primer Mandatario.
Luego del gasolinazo, el Gobierno trata de recomponer su precaria situación política, se niega a hacer cambios en el gabinete, persiste en mantener su mano dura con la oposición y la prensa y anuncia un megaplan de inversiones que incluye obras faraónicas, construcción de aeropuertos, la compra de un satélite, líneas férreas y otros proyectos repetidamente prometidos en los últimos cinco años. Más que nunca, el pueblo estará expectante ante cualquier movimiento gubernamental. Son muy pocos los que todavía le creen, ni siquiera los grupos que gozaban de exclusividad para hacerse oír con el Presidente. El Gobierno, por su parte, ya no tiene opción. Sólo le queda ser responsable. Es el único camino para lograr la confianza del verdadero pueblo.Más que nunca, el pueblo estará expectante ante cualquier movimiento gubernamental. Son muy pocos los que todavía le creen, ni siquiera los grupos que gozaban de exclusividad para hacerse oír con el Presidente.
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