La noticia de que en breve se transmitirá una radionovela sobre la vida del jefe del régimen no hizo sino confirmar lo que algunas personas previmos ya durante su primera campaña electoral, en diciembre de 2005. Poco después confirmamos que se estaba fabricando el culto a Evo Morales, práctica que remite a la construcción mediática del personaje político, más que el culto a su personalidad.
Me explico: su personalidad política es consecuencia de determinadas circunstancias en torno a la creación, proyección y legitimidad del líder sindical cocalero casi siempre violento, devenido en líder político demagogo y populista. Acorde con la doctrina del socialismo del siglo XXI, Morales aprendió rápidamente el discurso radical contra el sistema de partidos políticos y sus dirigentes, llamados tradicionales, contra la derecha y el neoliberalismo. De la noche a la mañana, su incisivo aparato de propaganda política lo identifica como primer presidente indio, defensor de los pueblos indígenas y la Madre Tierra, cuando en su vida sindical cocalera nunca se interesó sobre esos temas.
Una parte de la sociedad boliviana sucumbe ante esa propaganda masiva que disemina desde hace ocho años la ideología del régimen: “El proceso de cambio” instala en el imaginario colectivo el culto al líder Evo Morales, que se comunica con sus súbditos solo a través del monólogo y el aplauso. El culto a su persona se convierte en dominación carismática y autocrática, amén de una desembozada manipulación de vínculos emocionales que convierten a Morales en infalible. Así concentra todo el poder y lo ejerce violentando el ordenamiento jurídico, desterrando la independencia de poderes y anulando la alternabilidad democrática en el poder. Al mismo tiempo, rechaza el diálogo político, persigue o condena al exilio a sus oponentes, no rinde cuentas, gasta dinero del erario como si fuese propio, mientras la corrupción ronda ribetes de ‘riesgo extremo’ (Global Risk Analytics).
El adulador-escribiente del guion sobre la vida de Evo Morales afianzará ese culto patológico que le arrebata a Bolivia su vida institucional democrática, la práctica política entre diversos y el derecho a la crítica. Para la socióloga boliviana Silvia Rivera –ella sí identificada de palabra y obra con el pueblo aimara, libre de toda sospecha derechista o neoliberal, como descalifica Morales a sus críticos–, “no hay nada de indígena en su forma de ser ni de percibir. Ni siquiera habla un idioma indígena. Es un recurso retórico decir que es indígena”
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