El tráfico ilegal de drogas campea en Bolivia y se presume que con la poderosa contribución de narcos extranjeros. Aunque, de esto se armó una pequeña polémica, no exenta de vergüenza ajena: dentro de la misma Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico se manejan dos versiones contradictorias. Y al final no se sabe, a ciencia cierta, si en el país operan bandas internacionales o sólo ‘clanes familiares’.
Por esta segunda postura se inclina el Director de la FELCN, que se basa en informes de Inteligencia; precisamente la misma oficina que en los últimos años, siguiendo la línea débil de la Policía, ha demostrado falencias importantes. En contrapartida, funcionarios de la misma repartición sostienen que ocho grupos de distintos países están involucrados en el millonario negocio de las drogas. Lo evidente es que el narcotráfico resulta omnipresente.
Ante este panorama —que pone en riesgo el futuro de nuestros hijos— urge replantear la política antidrogas para atacar el problema en serio, con medidas decididas, por ejemplo, fortaleciendo los controles y no sólo en las fronteras, como está planificado.
El Gobierno debe dar muestras tangibles de que este tema es prioritario, y no la tiene fácil. Al estigma de Bolivia como país cocalero se ha sumado la decisión del presidente Morales de continuar siendo el máximo dirigente de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba. El Órgano Ejecutivo, lamentablemente, no parece estar midiendo la magnitud del problema.
Ya no es posible ocultar bajo la alfombra lo indisimulable, hacer de cuenta que la coca excedentaria se convierte en torta, vino u otros productos derivados de la milenaria hoja. Hay que preguntarse a dónde va a parar tanta coca.
Por otra parte, en el MAS no todos están convencidos de que la situación sea realmente grave. Quienes manejan el poder ven en esto un complot urdido por la oposición para dejar malparada a la administración de Evo Morales; así, los narcos y su incidencia cada vez mayor no serían más que una alucinación.
Tampoco se puede tapar el sol con un dedo. Los casos de violencia extrema bajo el signo incontrastable de la droga o el contrabando desvelan el descuido del Estado en estas materias. Hay dos opciones: encarar la realidad con firmeza o seguir haciendo de la vista gorda, con el enorme riesgo de que el narcotráfico se torne incontrolable del todo.
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