Sin hablar de excelencias en el sentido nato del concepto que involucra un académico o al menos un diestro y atildado manejo del idioma, podemos decir, sin alardes de modestia, que el periodismo que se desarrolla en nuestro país, tanto en medios impresos como en radiofónicos o televisivos, transita por niveles más que aceptables, o buenos propiamente dicho.
Destaca, y es cosa que se puede apreciar todos los días, amén de la justa aplicación de las normas gramaticales básicas, el ponderable afán de llamar a las cosas por su nombre, sin rebuscamientos, sin sacrificar en pos de las galas literarias o del golpe efectista la veracidad incontrastable de los sucesos, de manera que quien recurra a ellos no sólo se informe, también que se sienta acompañado y además sienta un desarrollo en su manera de percibir el mundo en estos tiempos en los que la globalización se erige en un elemento consubstancial en la cotidianidad que construye el ciudadano de nuestros días.
Muy madura la gente comprometida con la prensa independiente, ya sea la que la forja o la requiere para tomar el pulso al mundo, el territorio nacional o el ámbito netamente local, que no se manifiesta por las exquisiteces gramaticales del idioma. Quiere esa gente encontrar la realidad en el lenguaje gráfico de cada día, con sus gracias y sus desgracias, con sus alegrías y tristezas, con sus dolores y goces, todo aquello que hace vibrar a cada cual, en su comunidad grande o pequeña, por la parte de bien o de mal con que le alcanza el mensaje noticioso simple y claro, y expuesto ya en columnas periodísticas.
Naturalmente el transcurrir de nuestra historia ha obligado al periodismo nuestro de cada día a transitar por caminos bastante accidentados. Son dignos de todo encomio aquellos medios que jamás han bajado la cerviz pese a constantes amenazas que llegaban desde los factores de poder que, por su misma naturaleza, intuían que era allí, en el periodismo, donde anidaba su enemigo más tenaz, aquel que pese a las amenazas de exterminio, siempre ha difundido a través del trabajo diario la inequívoca vocación por la libertad y la justicia. Está pues nuestra historia plagada de ejemplos que nos han legado una y otra vez viejos periodistas conscientes de que su trabajo diario para informar requiere de sus criterios de una inequívoca libertad de expresión.
En la medida en que nuestra prensa ha dado pasos en pos de una plena madurez, de una criteriosa mayoridad, ha ido copando metas y a estas alturas, sin que se suponga que se considera perfeccionada y sin nada por delante que aprender, llena de manera generosa, eso sí, las expectativas y los anhelos de sus lectores. A través de sus columnas tradicionales, los que las repasan regularmente se ubican en el plano de los sucesos de dentro y de fuera de casa por efectos de su lenguaje y sus gráficos atildadamente empleados.
En suma, no es cháchara indigesta lo que trae nuestra prensa todos los días o con preeminencia. Y, no obstante los vientos de fronda que soplan actualmente en el país contra la libre expresión, la buena prensa boliviana dispone de voluntad, espacio y tiempo, pero sobre todo vocación, para mejorar aún más y de ese modo satisfacer las expectativas del cada vez más exigente público lector al que se debe sin condicionamiento alguno.
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