Heliogábalo, no Marco Aurelio. Acaba otra cumbre, borrascosa de nuevo. Plagio de la Bronte el nombre. Borrascoso el líder, borrascas sus aficiones.
Qué más, me pregunto, hasta dónde la fatídica vanidad del individuo que se declara presidente, pero que no actúa así. Los miembros que conforman este gobierno representan la amalgama inmunda de cosas indecibles, con pincelazos seudo-teóricos y lloriqueos de opereta. No saben levantar el puño como se debe, como lo enseñaron en España los que enfrentaban a otro “tirano de miras estrechas”, según definió Churchill a Franco. Estos lo alzan de pacotilla, sin certitud, sin hombría, hasta chueco, con la otra manita en el pecho por el peso del banquete.
No se puede combatir con ideología un esperpento de lugares comunes, taras y aficiones mitómanas de un pueblo en ciernes. Otra tiene que ser la estrategia de derrumbe de cualquier muro de adobe apelmazado. Ni las murallas de Jericó eran inexpugnables; allí Josué no derrotó a los sitiados con asaltos a arma blanca, que hubiesen resultado nulos. Se utilizó trompetas que indica que también con metáforas se puede vencer algo que semeja tener solidez real. Que los israelitas pasaran luego a degüello a la población, incluido el ganado, ya forma argumento de otra historia.
El individuo Evo es ubicuo. Uno no sabe en este momento dónde está. Es aficionado a los juegos de niños, travieso y perverso básico. Ora discursea en China ante chinos que nunca se sabe si sonríen o se aburren, ora se pone al lado de la viuda argentina. Pero siempre, también con el papa, inventándose su propia leyenda a la manera que aconsejaba Kierkegaard. Tiene su mérito, no es tonto, como lo son aquellos que marchan con entorchados haciendo malamente el paso de ganso debido a pormenores gástricos, a quienes con unos dólares se mantiene marchando.
Tampoco el rival perfecto. Su viveza es característica nacional, la tenemos todos. Nos viene de sobrevivir la larga estupidez hispánica, bruta y desalmada, con rictus indescifrables. Ni para decir que es especial, y menos esencial. Su fuerte está en la representación. Pueblo aficionado al circo y que con circo decide. Ni siquiera del nivel del bien muerto general Barrientos, que no tuvo las ventajas mediáticas del profeta Morales. ¿Torre de marfil, de acero? ¿Cortina de hierro? Nada más falso y más simple. Se pone de contrapeso la hueste cocalera, embravecida, alcohólica, ávida de artículos suntuarios y de comodidades imperiales. Una inteligente quinta columna, actuando como ellos, con facilidad embarranca el carromato de la perpetuidad. Pueblo con precio, dispuesto a mejor postor.
No aludo a golpe de estado, circunstancia nunca alejada y permanente entre nosotros. Por ahora fantasma comprado en abultadas boletas de pago. Materias primas, China, el narco, la modestia con que se alegra el boliviano acostumbrado a migajas dan la impresión de que esto va para largo. La alegría del indigente que como en ningún otro lado se llena la panza de ilusiones suele ser complicado asunto de vencer pero no imposible. El problema en un pueblo de mitos está en romper ese cascarón que presta impunidad y tiempo a los que se benefician de ese halo superpuesto. Hace mucho, los conquistadores estudiaron a los idólatras. Antes del palo y el fuego notaron que cuentas de vidrio y objetos brillantes hacían el trabajo. Los idólatras de hoy continúan los patrones de conducta de ayer. Poco ha cambiado en quinientos años en el Ande boliviano. Todavía se reparten abalorios.
La Cumbre Antiimperialista redacta decenas de obligaciones para el mundo. A cual más estrafalaria y risueña (¿?). El niño Evo sonríe. La vida marcha viento en popa, locomotora de vapor. Los eunucos chillan con voz de castrati; las hienas también. Amanece azul plurinacional. El estruendo de fondo parecen tambores de fiesta. Nadie espera una tormenta...
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