Eso, lágrimas y más lágrimas al mirar el enorme incendio provocado en el Parque Tunari y al evocar el pasado cuando el camino ya está avanzado de vivencias.
Abruptamente me sobrevienen las imágenes que, como caleidoscopio silente, transitan como oscuras sombras dolorosamente por la memoria de largo alcance en la interioridad del pensamiento. Cuántas tristezas registradas desde la edad primera.
Las enumero sin orden como deben ser guardados los pesares: los cuartelazos repetidos, la guerra civil del 49, el bombardeo de la ciudad, la visión de los cadáveres envueltos en grandes frazadas en procesión patética desde la Policía de la calle Perú, la masacre de los campesinos en el Valle, la reforma agraria que creó el minifundio, prepotencia campesina y una nueva forma de adquisición corrupta de propiedad privada, los cuperos políticos vecinales, los campos de concentración, las prisiones, los rehenes, el terrorismo de Estado, Curahuara de Carangas, Pepla, Gayan, los esbirros, los comandos políticos, el totalitarismo, la miseria política partidaria, la larga historia de militarismo vergonzante, las guerrillas, la persecución, la calle Harrington, el Plan Cóndor; y, actualmente, la demagogia, la impostura, el racismo invertido, la exclusión de la intelectualidad, el desprecio por los méritos de seres educados por propio esfuerzo, el hacinamiento carcelario; finalmente, el imperio cocalero avasallando el TIPNIS, Chaparina sin juicio, el narcotráfico infiltrado, y siempre, la corrupción nacional dentro y fuera del país. Y conjuntamente a lo enunciado, la cultura de la muerte, inseguridad ciudadana, violaciones, asesinatos, abortos. Como resultante la anarquía, el caos social, la justicia pública intervenida.
Y en este espectro de oscuros recuerdos están los desastres ambientales, la polución generalizada, el loteo de aéreas verdes urbanas y rurales, la sequía, la erosión, los chaqueos. Los negociados con la madre naturaleza, la venta incontrolada de especies compañeras, el crimen de madereros devastadores contra la masa vegetal, la muerte de la mara, los incendios provocados jamás sancionados por autoridades negligentes; las alcaldías y las prefecturas venales e ineficientes, una larga, larga la lista de enfermedades sociales y ambientales con agresiones a la ética de la vida.
En verdad, mi pueblo está enfermo de patología moral, social y política, ausentes los valores esenciales que proclamaba Gregorio Iriarte, el gran religioso socialista humanista.
Insólito, los campesinos de Misicuni exigen el retiro del Ing. Jorge Alvarado, un profesional selecto, un lunar entre autoridades locales improvisadas e ineficientes en preparación personal. Entre ellos, seguramente infiltrados los loteadores del “Parque Nacional del Tunari” de Jorge A. Ovando Sanz, Benu Markus, Jorge Urquidi Z.
Los bloqueos, incendios, amenazas, agresiones son estrategias para elevar la Cota 2750, lo que dará lugar a mayores loteamientos, asentamientos, pozas de maceración e infección de los acuíferos. Todo ello proseguido de irresponsables respuestas y falaces compromisos de autoridades prometiendo cambiar la ley del Parque Tunari.
La articulista Mónica Briancon M. en su artículo de denuncia hace suyos mis pensamientos gritando: “Grrr…¡No Mamen!” Ella, una dama valiente y noble me acompaña en las lágrimas que ante el incendio, abundantes brotan por mi valle.
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