Mientras el Gobierno reitera que “estimulará” la producción agropecuaria del oriente con la finalidad de asegurar la seguridad alimentaria nacional, las tomas de tierra siguen su marcha imperturbable, provocando así una natural sensación de inseguridad jurídica y física que desalienta la expansión productiva del agro en la región.
De la misma manera y aunque se generen conflictos sociales, prosigue también la política de ‘asentamientos’ de gente acarreada desde las alturas a diversas regiones del departamento de Santa Cruz. Parece ser que no importa la falta de condiciones mínimas para estos ‘colonos’ sui generis, quienes incluso muchas veces son trasladados a la fuerza o sobre la base de promesas oficialistas que luego no se cumplen, como ya ha pasado en Pando hace pocos años. Da la sensación de que lo realmente importante para la administración política que nos rige es ubicarlas en un lugar ‘x’, aunque luego los desventurados asentados pasen dramáticas necesidades, al mismo tiempo que su inesperada presencia provoca problemas de diversa naturaleza para los nativos del lugar.
El último caso registrado es el de San José de Chiquitos, donde se pretende imponer arbitrariamente un asentamiento de más de 4.000 personas, pese a que no existe infraestructura ni capacidad para sostener tamaño súbito crecimiento de la población local. Santa Cruz ha probado históricamente ser una tierra abierta y hospitalaria para comunidades diversas del interior y del exterior de Bolivia, pero todo tiene un límite, particularmente cuando se quieren forzar asentamientos en función de algo que parecería ser un plan perverso con el objetivo de quitarle su identidad al ser oriental.
Como hace tiempo expresó uno de nuestros columnistas, es posible matar a un pueblo sin matarlo, es cuestión de matar sus recuerdos, de realizarle una suerte de lobotomía social colectiva que le haga olvidar su pasado y tradiciones. Los cruceños somos 100% bolivianos y a mucha honra, pero también tenemos derecho a que se respete todo lo que en esencia es nuestro. La unidad en la diversidad debe ser real, no solamente una palabra de boca para fuera. Asimismo, no vale la pena crear tensiones gratuitas cuando es posible que los potenciales asentados encuentren un mejor vivir en su comunidad de origen si el Estado les provee estímulos y condiciones. Trasladar gente al estilo inca de los ‘miti maes’ sin previa planificación ni creación de condiciones básicas, huele muy mal
Consejo Editorial: Pedro F. Rivero Jordán, Juan Carlos Rivero Jordán, Tuffí Aré Vázquez, Lupe Cajías, Agustín Saavedra Weise y Percy Áñez Rivero
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