De todo el huracán mediático provocado por las declaraciones del presidente Evo Morales en la Conferencia de Tiquipaya, me quedo con dos consecuencias. Una es la “astucia” de los asesores del Presidente para colocar a “su” Conferencia en las primeras planas de los medios internacionales. Si ese resultado costó el deterioro de la imagen de la primera autoridad del país, no les importó. Total, “los derechos de la Madre Tierra están antes que los derechos de los hombres”, inclusive de los de un Presidente.
La otra consecuencia es la reacción de los “blogueros” internacionales frente a esas declaraciones. “En un momento de ofuscación”, he caído en la ociosidad de leerme gran parte de las casi 500 entradas de El País de Madrid a un polémico artículo de Gabriela Warkentin. De ese modo, he podido clasificar los comentarios de los lectores en tres grandes categorías.
Un primer grupo se dedicó a mofarse de las afirmaciones de Evo Morales, metiendo en la olla del puchero también al pueblo boliviano (“cada pueblo tiene los gobernantes que se merece”) e, inclusive, a todo nuestro subcontinente. Son los lectores “iluminados” que no pierden ocasión para demostrar su complejo de superioridad hacia América Latina.
Un segundo grupo mostraba su benévola indulgencia hacia la persona de “Evo” (a secas), bajo el argumento de que hay que relativizar las palabras a quien las pronuncia. Evo, dicen, no es una persona instruida, no sabe usar los términos correctos, no quiso decir lo que dijo, no se refería a los “gays”, etc., etc. Considero que esta actitud es peor que la primera, ya que muestra, bajo un velo de tolerancia, un paternalismo con sabor a colonialismo. En el fondo, parecen decir, quien habló es un “pobre muchacho” a quien no hay que tomar en serio.
Pero, a mi criterio, el más peligroso es el tercer grupo, los que se lanzan a defender, espada en mano, a cada afirmación, apelando a argumentos que dejan pasmados, como “la televisión lo dijo”, “escuché lo mismo en la peluquería”, “a un tío le pasó lo mismo”, “Bush dijo algo peor” y cosas por el estilo. A tal punto que un lector tuvo el tino de recordarles que existen unos edificios, llamados “universidades”, donde hay habitaciones, que le dicen “aulas”, donde se imparte “conocimiento” a partir de la “investigación científica”. Ya lo dijo Albert Einstein: “Dos cosas se presume que son infinitas, el universo y la estupidez humana, pero del universo no estoy del todo seguro”.
Ahora bien, veo en la reacción de ese sector de lectores un reflejo pavloniano, político y hormonal. Poco después del terremoto de Haití, algunos medios de la “derecha” atribuyeron a Hugo Chávez haber dicho que ese sismo había sido provocado por una arma secreta norteamericana. Aunque no lo crean, Chávez nunca dijo eso. Sin embargo, a los pocos minutos de haberse publicado la noticia, aparecieron decenas de “blogueros” defendiendo, y vaya con qué argumentos, lo que Chávez nunca había dicho. En suma, hay un ejército de paladines de los líderes del socialismo del siglo XXI que están siempre prestos a saltar al ruedo para oficiar de entusiastas espadachines de sus adalides.
Es la pandemia socio-política que llamo “el fanatismo del Siglo XXI”.
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