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jueves, 11 de noviembre de 2010

día que pasa aumenta la presión contra los medios. restringen la información. exigen la autoregulación. les niegan publicidad. la están pasando remal

Se empobrece el debate en los medios

Mauricio Aira

Es un hecho que al promulgarse la Ley de Lucha contra el Racismo los medios en correcta aplicación de una política de preservarse de acusaciones racistas o discriminatorias han suspendido los espacios destinados al lector en los que podía opinar, comentar la noticia antes de ahora.

Esta limitación, o sea el recorte del derecho del lector a participar abiertamente del debate de asuntos que atañen a la Nación y sus operadores, significa el empobrecimiento de aquella abundancia de opiniones, críticas y sugerencias que importaba abrir las puertas al ciudadano y de plantear sus puntos de vista en forma abierta y sin tapujos.

Al abrir cualquier diario The New York Times, La Nación, ABC, o las páginas digitales encontramos que hoy sí es posible participar del mundo globalizado en una interacción única, si me permiten usar el superlativo “maravillosa” porque en los hechos es la virtual democratización de la comunicación, fenómeno que se advierte especialmente en las redes sociales donde abundan las opiniones, las críticas y los estímulos para toda clase de ideas sin limitación alguna. Esta socialización de la comunicación basada en la interrelación es la clave para decantar la corrupción, el abuso de autoridad, los excesos de grupos o personas que quieren pasar por alto la opinión ajena. Es cierto que suceden abusos, ciudadanos entusiastas y poco leídos que ven la vía más directa para el insulto y la procacidad, aunque muchas veces son los demás debatores que corrigen tal conducta y obligan a observar las mínimas reglas de respeto mutuo. Si a pesar de ello los insultos persisten subsiste la tolerancia, el diálogo para frenarlos.

Hace pocas horas La Prensa ha citado al Jefe del Estado Pluri que pretende explicar que el derecho a la libre expresión debe apuntar “a la liberación de los pueblos” y que la igualdad y la dignidad están por encima. Persiste Morales en subordinar a los periodistas “que escriben lo que sus patrones les dictan” lo que es rechazado con firmeza por los comunicadores.

Convengamos entonces que en Bolivia se ha rebajado la libertad de opinar. Los medios temen, con sobrada razón, que a raíz de alguna frase o pensamiento particular, aplicando los artículos 16 y/o 23 de la controvertida Ley, el medio pudiera ser clausurado, y el periodista suspendido. Se ha impuesto simplemente la inconveniencia de participar en la discusión de los temas que atañen al interés nacional. Los articulistas cuyos textos son publicados en los medios han empezado a observar una precaución necesaria para evitarles problemas a los editores, atenuando sus críticas y quizá callando ante el abuso y la sinrazón. Estarán de plácemes los ideólogos de tales medidas copiadas de Cuba y ahora de Venezuela donde se quiere soterrar las libertades empezando por la libertad de prensa.

Tanto Trujillo como Somoza hicieron todo lo posible para someter a los diarios bajo su férrea observación. Sus colaboradores encontraron por separado en diferentes tiempos y geografías una idea común que dio resultado. Trujillo y Somoza recibían por las mañanas ejemplares de periódicos únicos, impresos exclusivamente para los tiranos. Entonces desayunaban contentos.

En Bolivia vamos camino de lograr tales diarios que estén sometidos, que no registren ninguna noticia que desagrade al Jefe del Estado. Los medios deberían estarle sujetos “sin cuestionar en absoluto las políticas de Estado”

Acuciosos observadores han denunciado que se vienen otras tres medidas en contra de las libertades. Restringir el acceso a las fuentes oficiales de información, obligar a la autorregulación del contexto de la noticia y su trascendencia y agarrando la sartén por el mango, discriminando a los medios, cosa que ya sucede, negándole el avisaje, cerrándole el grifo de la publicidad tan necesaria para que los medios puedan seguir ofreciendo puestos de trabajo estables.

Navegamos entonces por mares procelosos y la tormenta no ha decrecido, aumenta con el tiempo.

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