Dice Ortega y Gasset:[1] «La técnica, cuya misión es resolverle al hombre todos los problemas, se ha convertido de pronto en un nuevo y gigantesco problema», mensaje que ilustra con bastante exactitud el estado de cosas que ha devenido hoy el complejo y multifacético ámbito de la relación tecnología-sociedad. De ahí que el denominado «progreso tecnológico» se nos revele, cada vez más, como un proceso en extremo ambivalente y contradictorio.
No suman pocos quienes —haciendo gala de un optimismo acrítico, triunfalista, desmesurado— ven en la tecnología la solución a todos los males. Otros, en cambio, pierden el sueño con las terribles secuelas y dificultades que va dejando tras de sí el uso indiscriminado y anárquico de los avances científico-técnicos.
¿De qué lado figuramos los profesionales de los Mass Media periodistas en esta ambivalente andanada de impactos sociales de la tecnología?
Confieso la preocupación que me asiste en torno a las aristas socio-humanísticas de la tecnología —fundamentalmente en lo que al ejercicio periodismo compete—, aunque de manera general reparo sobre todo en el hecho de que las PCs están reforzando una clara tendencia a poner énfasis en los aspectos formales del pensamiento, a identificar «pensamiento» con «pensamiento procesal», lo que resulta muy negativo en cuanto puede generalizarse el convencimiento de que «pensar» es, en esencia, una cuestión de procesar información, y no de formular ideas críticas.
Lo que más me interesa de ese «mundo feliz» de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC)[2], pudiera concretarlo en lo relacionado con la obtención de información, a la cual podemos acceder gracias a los computadores que, enlazados en una polifémica y minotaúrica red, nos muestran los más asombrosos asombros, las más adorables mentiras y las más virtuales realidades, amén del provecho que nos proporcionan las herramientas y utilidades de no pocos dispositivos de soporte lógico o softwares en todos los campos de la ciencia y la técnica.
Entonces, ¿cómo abrir, adentrarnos, leer, sustraer, nutrirnos, crear —sin confundirnos— en esas infinitas páginas de la WWW equiparable solo con el milagro gestado por Gutenberg a mediados del siglo XV?
No hablaré de amenazas y oportunidades de las NTIC. Aunque, a decir verdad, no siempre mis colegas aprovechan sus bondades respecto a los medios tradicionales, y —sin que haya que cuestionarlos del todo— se comportan como usuarios delfines al saltar aleatoreamente de un enlace a otro, o como pirañas devoradoras de datos que, en última instancia, desaprovechan por falta de procesamiento cerebral.
O sea, han adquirido lo que yo llamo información fatua, documentación que ni a corto ni a mediano plazo se revierte en productos comunicativos sustentables, con enfoques contrastados y novedosos.
¡Grave! ¡Muy grave! Porque lo que en un principio se consideró instrumento tecnológico para la comunicación militar y científica, con su desarrollo y divulgación se ha convertido en un medio masivo y conformador de un nuevo escenario para el encuentro, el diálogo y la confrontación.
Me refiero a Internet, medio integrador por excelencia —un metamedium—, pues, desde el punto de vista técnico en él confluyen todas las demás formas de comunicación tradicional: correo (e-mail o correo electrónico y transferencia de archivos); teléfono (webphone); prensa (periódicos y revistas digitales en la Web); radio (Radio Net); cine (mercadeo digital); publicidad (banners y websides); comunicación cara a cara (videoconferencias), entre otros, pero además con nuevos matices innovadores como «la interactividad».
Todo ello —no es el caso cubano— a contrapelo de la populosa televisión, cuya avalancha de información e indiscutible protagonismo de las cámaras, pone en contacto al receptor —menos próximo por cuestiones de recursos materiales a los sistemas multimedias— con el acontecimiento, que fluye a las pantallas a la velocidad de la luz, en vivo y en directo, con texto, imagen y sonido, sin necesidad de mediador alguno.
Conscientes de que existen todos estos problemas en una profesión que exige un enorme trabajo, pero además...
Porque los ciudadanos han dejado de ser simples receptores de medios de comunicación.
Porque informarse también quiere decir saber cambiar las fuentes, resistirse a ellas si resultan fáciles.
Porque todas estas cuestiones aluden más que a la radio y a la televisión a los medios de prensa escrita...
No queda otra alternativa, que dejar de presentarse simplemente como un ojo que mira y que no puede verse porque no se trata ya de un periscopio privilegiado, al decir de Ignacio Ramonet.
«Nosotros vemos al mundo, pero el mundo nos ve a nosotros», argumenta el director de Le Monde Diplomatic. De ahí la exigencia, no tanto en cantidad como en calidad respecto a la factura de los productos comunicativos impresos.
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