Si el periodista está llamado a ejercer su labor con responsabilidad, ética y profesionalismo en todo momento, con mayor razón está obligado a hacerlo durante los procesos electorales. En efecto, en momentos como estos, en que la pasión política flota en el ambiente y las campañas saturan la agenda informativa, es cuando los hombres de prensa más pueden rebasar la naturaleza de su trabajo y confundir sus alcances.
Así, suele ocurrir que simples sondeos de opinión, realizados a pequeña escala y con métodos empíricos, cuándo no artesanales, son irresponsablemente presentados cual si fueran encuestas hechas y derechas, olvidando –a veces de forma intencional– que de este modo se confunde a la opinión pública y hasta se llega a influir en su decisión de voto. Lo propio sucede con la difusión de encuestas de dudosa procedencia, lo que no hace sino demostrar el manejo irresponsable e interesado de un método científico de investigación.
Por otra parte, también sucede en estos períodos que la información política, cargada de acusaciones y adjetivos ofensivos hacia los circunstanciales rivales, es indebidamente presentada y valorada, sin la necesaria ponderación y el requerido equilibrio, algo que con más frecuencia sucede en los medios audiovisuales.
No hay que olvidar, pues, que los ciudadanos muchas veces forman su propio juicio a partir de las informaciones y análisis mediáticos, razón por la que los mensajes que se difunden masivamente tendrían que ser cuidadosamente elaborados, sin apartarse de principios elementales como la responsabilidad y credibilidad que están obligados a ofrecer todos los medios de comunicación.
Es desde todo punto de vista reprochable que existan –si es que los hay– periodistas o medios de comunicación parcializados a favor de un determinado partido o candidato, sea de la oposición o del oficialismo. Desgraciadamente, no todos los comunicadores sociales saben guardar la independencia que el oficio demanda, evitando que sus propias convicciones, que naturalmente poseen, contaminen su trabajo periodístico.
Es también condenable que en países democráticos como el nuestro subsistan aún métodos de intimidación, presión y amedrentamiento a los hombres de prensa de parte de los actores políticos. Esta, desde luego, es una práctica inaceptable que no puede ser admitida en un Estado de derecho, como menos todavía puede ser tolerado que ocurra lo contrario: que un periodista políticamente comprometido intimide o pretenda ejercer presión sobre un candidato.
Por todo lo dicho, pues, resulta importante que los medios de comunicación y quienes en ellos trabajamos, seamos capaces de realizar una profunda evaluación de nuestro desempeño durante los procesos electorales, de forma tal que evitemos incurrir en prácticas alejadas de la responsabilidad y la ética y asumamos a cabalidad la función de mediadores, informadores y orientadores que la opinión pública espera de nosotros.
Después de todo, siendo que el periodismo suele ser muy duro con los actores del sistema político, tendría que guardar una similar actitud para con sus propios errores o deficiencias, siempre desde una saludable perspectiva autocrítica.
Estas elecciones generales tendrían que servir, pues, como un marco adecuado para una serena reflexión, siempre en procura de ejercer con mayor equilibrio y responsabilidad el rol que estamos llamados a desempeñar los medios de comunicación y los periodistas en este tipo de coyunturas.
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