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martes, 27 de enero de 2009

marcelo ostria trigo quién fuera canciller y diplomático, patriota a todas luces aboga por la concertación contra el fraude, el insulto y la división.

La soberbia y el insulto, juntos, son una peligrosa mezcla. La “altivez y el apetito desordenado de ser preferido” con el ingrediente del insulto, no hacen propicio el entendimiento y, menos aún, contribuyen a la armonía social. El agravio daña, provoca y enfrenta.
Terminado el referendo sobre el proyecto constitucional del Movimiento al Socialismo, MAS, el jefe de este partido y presidente de la República, Evo Morales, volvió a la carga. Le dijo “no”a un pacto social que “mueva un centímetro” la constitución aprobada, la que marca el “fin del colonialismo”. Luego vino la arenga agresiva, plena del ensorbebecimiento inútil. Es que no faltó en el discurso presidencial la mención amarga, el insulto: “hemos derrotado a los vende patria” y, con tono peyorativo, a los “neoliberales”. ¿Será sensato y prudente seguir encendiendo odios e inflamando las bajas pasiones de las hordas vociferantes?
Siempre se ha escuchado que la reflexión serena, opuesta a las embestidas de la ignorancia y la prepotencia, es de notables. Siempre se ha esperado de un estadista que tienda puentes de entendimiento. La iracundia incita a la violencia, y el presidente, enajenado por la animosidad y la ofuscación, dispara en sus inflamados discursos ofensas y acusaciones contra enemigos imaginarios
Es cierto que el “sí” al proyecto de constitución del oficialismo tuvo más votos. Pero también es cierto que no es aconsejable ignorar a la otra mitad de los ciudadanos. Si se lo hace serán más evidentes los ya anticipados y temidos signos de la división de los bolivianos. La prédica del odio que desata la división, no ha cesado en estos tres últimos años; es la que desató la violencia que ya ha cobrado vidas de bolivianos enfrentados.
El resultado del referendo no ha cambiado la razonable preocupación de los ciudadanos que le temen a las consecuencias del disparate de la justicia comunitaria, como muestra de un aturdido anacronismo. Tampoco ha cambiado la percepción de que habrá inequidades en la representación parlamentaria, en favor de comunidades de las más de treinta “nacionalidades originarias”. No se confía en eficiencia del manejo de los intereses públicos concentrados en el Estado. Y hay muchas más preocupaciones.
No es posible ocultar que hay cientos de miles de ciudadanos que no se sienten representados en la nueva ley fundamental de la república, la que fue aprobada por el voto consigna, es decir por la manipulación y la evidente intimidación de un régimen que amenaza y persigue.
Con sólo negarlas, no desaparecen las otras visiones. Las diferencias solamente podrán ser salvadas civilizadamente, sin palos, sin insultos, sin amenazas ni estridencias, con el entendimiento leal, con el pacto que aúna.
Ya no es el tiempo de discutir el texto de la malhadada constitución. Es, por el contrario, el momento de la concertación. Seguir el consejo de Hugo Chávez de imponer, no es una buena alternativa; esto conduciría irremediablemente al enfrentamiento. La pretensión de dominar, usando el chantaje, el fraude y la fuerza, significará insistir en una política salvaje, como la seguida en el departamento de Pando.
Con la represión furiosa no se prevalece en la confrontación de ideas. El uso de la fuerza aleja la única salida honrosa: el pacto civilizado, el que resguarda los valores democráticos, y pone en práctica “el respeto mutuo y convergente entre la mayoría –siempre circunstancial– y las minorías”.
En realidad –hay que reiterarlo– no será razonable ni fructífero gobernar ignorando nada menos que a cinco de los nueve departamentos del país. Lo contrario es soberbia e injuria, que es una mezcla peligrosa.

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