Sergio P. Luís
El diario del MAS
Está claro: los medios de difusión, por ofrecer noticias y publicar la verdad y no lo que el gobierno quiere, son parte de los desvelos presidenciales y se han convertido en objetivos a ser destruidos por el populismo.
El gobierno lo ha intentado todo para intimidarlos: acusaciones, ataques a sedes, agresiones a periodistas y la permanente diatriba del presidente de la república, que acaba de quejarse porque “algunos medios quieren victimizarse (sic), cuando yo he sido víctima permanente de los medios de comunicación”. Y no faltó la insinuación perversa: "Ya no creo en los dueños de los medios de comunicación, pero rescato a algunos periodistas, algunos por no perder su pega tienen que decir lo que diga el dueño del medio".
Como las acciones torpes del oficialismo no han tenido éxito, ni se ha logrado lo que se buscaba: la autocensura, apareció la ocurrencia de “fundar un periódico para contrarrestar la información que difunden los medios privados y que, por cierto deforman la verdad”.
Por supuesto que hay mucho que comentar sobre esta aventura gubernamental y la gansada pretendidamente ejemplificadora del vocero del Palacio Quemado. Los fracasados esfuerzos por controlar la información y acallar las críticas ha sido determinante para que se cometa la insensatez de entrar en competencia en un campo en el que no tienen cabida los gobiernos. Será, entonces un intento sin perspectivas.
Mauricio Aira, en su esclarecedor artículo “El estruendoso fracaso del diario oficial - Parece que este Gobierno, no conoce experiencias amargas”, se refiere a la “La Nación” de la época del MNR, que sufrió el infortunio de la poca credibilidad que tiene un órgano comprometido y sin independencia para informar a una sociedad plural. Recuerda que “La Nación había nacido… como resultado de la queja de la militancia (movimientista). Todos los diarios –decían sus miltantes- contra revolucionarios nos atacan, El Diario, Presencia, Última Hora, tan sólo dan cabida a la reacción, el partido necesita tener su diario propio, que defienda la revolución y que muestre la verdad. Necesitamos además un diario moderno, bien equipado, que pueda competir en todo orden de cosas con los demás y que se contrate a los mejores periodistas...”.
La Nación fue apoyada por “José Fellman Velarde hábil propagandista del régimen, Jacobo Libermann, y el mismo ministro de gobierno José Cuadros Quiroga, quien poseía el don de la escritura”. Pero…, no concito ni confianza ni respeto, y terminó sin pena ni gloria, como el pasquín de un partido, pese a los ingentes recursos con que contaba.
Ahora, las perspectivas de un diario oficialista son menos favorables. Proporcionalmente se ha reducido el público lector de periódicos. Este, en parte, ha sido absorbido por la televisión que informa, divierte y comenta, aún con aciertos y con marcadas limitaciones, pero todo con la magia de la trasmisión de imágenes. Aún en este campo, el canal oficial –Televisión Boliviana- no tiene credibilidad; es desembozado propagandista del partido gobernante
Iván Canelas, encargado del proyecto, se ufana de que el nuevo diario hará “periodismo ejemplar”. Pero si este señor nunca ha mostrado capacidades que lo lleven más allá de ser un reportero mostrenco, y menos aún en la administración de un periódico.
Pero hay más: entre los ministros actuales, por lo menos uno se precia de no leer. Si esta poca costumbre de la lectura se extiende como una práctica oficial, el intento periodístico del populismo del MAS terminará peor que La Nación de los años sesenta. Afortunadamente, así resultará preservada la salud intelectual de los bolivianos.
* El autor es profesional independiente
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