La II Cumbre de Presidentes de América del Sur y los países árabes (ASPA) que se celebró en Doha, la capital del emirato de Qatar, concluyó con resultados que estuvieron muy lejos de las expectativas que la precedieron. La unificación de criterios sobre la manera de encarar conjuntamente los desafíos que plantea la crisis económica global no sólo que no se produjo, sino que las muchas discrepancias internas en los dos bloques participantes se acentuaron tanto que obligaron a suspender el encuentro antes de lo previsto.
El gran perdedor, el que sin duda más frustrado salió de la reunión, fue Hugo Chávez. Fracasó de la manera más rotunda en todos los objetivos que se propuso alcanzar. En lo económico, porque no logró que los árabes secunden, más allá de las declaraciones líricas, su deseo de esgrimir el petróleo como arma fulminante contra el capitalismo. Y en lo político, porque su tan ansiada alianza entre el mundo islámico y el “socialismo del Siglo XXI” quedó reducida a la condición de una alucinación sin ninguna viabilidad práctica.
Menos notoria, pero no por eso menos significativa, fue la indiferencia con que fue acogida la propuesta de Evo Morales de unir fuerzas para darle el golpe de gracia al capitalismo. Tal disparate no mereció más que sonrisas burlonas pues pocos están más interesados en la recuperación del capitalismo que los países árabes.
Si para algo sirvió la cumbre de Qatar, fue para que se ponga en evidencia la magnitud de las fisuras en el bloque sudamericano. La cínica defensa que hizo Chávez de uno de los más sanguinarios dictadores que el mundo haya conocido, el sudanés Omar Al Bashir, rebasó la paciencia de Lula da Silva, Bachelet y Kirchner, quienes no disimularon su repudio por tan vergonzosa actitud.
A eso se sumó la andanada de feroces críticas a Bachelet por haber sido anfitriona de la Cumbre Progresista de Viña del Mar, de la que fue elocuentemente excluido, como su homólogo boliviano.
Chávez superó todo límite al haber sido el único mandatario que tuvo el descaro de hacer una apología de Al Bashir, condenado por la Corte Penal Internacional por los más de 300.000 muertos y casi tres millones de refugiados víctimas de su plan de exterminio de los cristianos sudaneses. Es verdad que los árabes rechazaron el fallo de la CPI, pero ninguno llegó al extremo de presentar al tirano sudanés como si de un modelo digno de imitar se tratara.
En síntesis, Chávez salió de la cumbre de Qatar más solo que nunca. Tan lejos de los árabes como su principal aliado, Mahmud Ahmadineyad, y solo con Evo Morales como socio de aventuras en la región sudamericana. Muy pobre saldo para quien pretendía erigirse en líder de una poderosa coalición entre el mundo islámico y Latinoamérica.
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