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viernes, 10 de julio de 2009

en el apogeo de su poder, el 6 de febrero 1981 Luis Arce Gómez mandó a detener a nuestro editor. de la casa de seguridad en Obrajes sería embarcado...

¡Perdónale como ya le perdonamos!

Mauricio Aira

A las 13.30 de un viernes 6 de febrero tocaron a la puerta dos suboficiales del Ejército y preguntaron por mi persona. Cuando estuvieron al frente y preguntados qué querían respondieron “es que mi General García desea hablar con Ud., y nos ha pedido que lo llevemos al Palacio” Así fue, sólo que el tal general, presidente de la Junta de Gobierno desde el pasado 17 de julio de 1980, nunca apareció “lo que pasa es que está lloviendo mucho en Trinidad y no ha podido volar”. De la minúscula habitación del segundo piso del Palacio Quemado fui llevado al comedor de los edecanes, de allí a una casa de seguridad en Sopocachi, de allí a una mugrienta celda en la caballería del Congreso, de allí a un avión que me llevaría hasta Buenos Aires sin que jamás me hubiesen explicado el porqué hasta cuando el general Eufronio Padilla, embajador boliviano que se prestó a cooperar conmigo y escribir al Presidente, me convocó a su despacho y me leyó la respuesta: “en relación a su consulta debo decirle que el periodista M.A. ha desatado una campaña de prensa en desmedro de la Junta Militar, siendo testigo el propio General García”. El anciano militar consideró terminada la audiencia y desde entonces se me cerraron también las puertas de la Embajada en la avenida Corrientes.

Cuando al subir al avión en La Paz aquel 12 de febrero recibí de manos de Virginia Calderón quién en forma diligente cooperaba al régimen ejecutando las órdenes de deportación de los detenidos en la noche negra de la dictadura garcíamesista, me entregó un pasaporte de hoja, “Viaja sólo. Válido por tres meses. Sólo de ida” y el billete del LAB con destino a Buenos Aires, cerré los ojos y pronuncié una oración de acción de gracias. Al menos me respetaban la vida.

Anoticiados mis hijos de la insospechada detención acudieron al despacho de Luis Arce Gómez acompañados de Eduardo Dabura quién había sido condiscípulo en el colegio La Salle de Cochabamba dijo por toda explicación: “Nada puedo hacer. Yo mismo ignoraba lo que había ocurrido con vuestro padre. Ha sido una orden directa de mi general” Lo más cruel es que ni siquiera permitió que pudiera abrazarlos antes de salir al destierro, ni permitió que me entregaran las frazadas y ropa que me habían llevado hasta la prisión. La misma casa en que habían caído las víctimas de la Calle Harrington, puesto que varios de ellos llegaron vivos hasta allí donde fueron acribillados. La versión oficial que ofreció Arce Gómez fue “Hubo un enfrentamiento y armados resistieron a la policía”, el tiempo probaría que había sido una horrenda masacre que Arce Gómez de vuelta a Bolivia después de 29 años de aquellos sucesos, purgará en la cárcel de Chonchokoro, haciéndole compañía al dictador Luis García Meza encerrado tras las rejas desde 1995.

Hace muchos años borramos algún vestigio de venganza que hubiese podido anidar en nuestro pecho hacia los culpables del drama que vivimos entonces, más bien pronto entendimos que el seguidor de Cristo tiene que vivir un amor superior, amar cuando nos hacen daño o sea perdonar. Pedro se había inquietado tanto por el tema que preguntó a Jesús, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano, cuando peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le respondió: “no te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

No ha sido fácil perdonar, enterrar el odio y la venganza. Recordar al Maestro cuando mandó a llamar al siervo vengativo y le dijo “Siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo habías suplicado. ¿No debías también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido? e irritado lo entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda.

Perdonar sinceramente. Como cuando somos perdonados, cuando logramos entender el valor real de la plegaria cotidiana “perdona nuestra ofensas, como también perdonamos a los que nos ofenden”, y las palabras de oro: “Dad y se os dará…la medida que uséis con otros, ésa será usada con vosotros”

Todo el cúmulo de males provocados por ambos militares a nuestra familia y a nosotros mismos, los recuerdos dolorosos del sufrimiento pasado, de todas las privaciones, humillaciones, dificultades y conflictos originados en la primera injusticia la detención, privación de libertad, destierro, ostracismo que nos hicieron sentir la tentación del odio, ya no existen. Nuestros hijos han crecido, se han formado profesionales y establecido sus hogares y dado a luz nuevos seres, sin el más mínimo ápice de venganza y es que la experiencia del perdón, ha generado una inmensa alegría en nuestros corazones a tiempo que ha profundizado nuestro amor a Dios.

Le hemos puesto fin al ciclo del dolor por el bien nuestro, de los hijos y de los hijos de éstos, porque al fin hemos comprendido que el perdón es un acto de voluntad, una decisión personal firme y definitiva, una especie de regalo que al darla al perdonado, nos beneficia directamente. Queda claro que perdonar no es lo mismo que justificar, excusar u olvidar, tampoco es reconciliarse, perdonar es la respuesta de una persona a otra por la injusticia cometida.

Hemos sufrido mucho, imposible e inútil hacer un recuento de lo vivido en un muy largo destierro que tuvo su origen en la ambición, la prepotencia, la arrogancia y el falso orgullo con que García Meza y Arce Gómez asumieron el poder y descargaron su odio en seres indefensos, incapaces de hacerles daño como nosotros, aunque eso sí, jamás pudieron doblegar nuestra voluntad, ni someter nuestro pensamiento imbuido de la Fe en Dios y el Amor a la Patria.

¡Perdónale Señor así como nosotros ya le perdonamos por siempre jamás!

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