No terminan los cuadros ciudadanos de reponerse del estupor provocado por una iniciativa del Presidente de la República que apunta a cambiar la letra, o parte de ella, del Himno Cruceño. Sorprendentemente, incordia al Jefe del Estado que se le cante a la “España su grandiosidad” que en los hechos no hay razón para negarle, y muy en particular si en el caso del Himno, lo de grandioso concierne a lo de haber plantado la Cruz del Señor tras el descubrimiento del Nuevo Mundo en epopeya inigualable de la época, o lo que es lo mismo, con derroche de valor y de vuelos espirituales. Vale decir, grandiosa por donde se la mire aquella bienandanza gallarda de los intrépidos conquistadores españoles.
El Himno Cruceño, con toda su marcialidad, su vibración, su carácter de poesía épica, su mensaje, en las ondas sonoras ha paseado por todo el país dentro de un marco de justa y respetuosa veneración hasta bajo los regímenes más despóticos y oprobiosos de gobierno. Jamás, hasta este tiempo tormentoso de verdad, ni con carácter peregrino, se les ocurrió ni a los más desorbitados observarlo y menos concebir siquiera, su modificación. El Himno Cruceño, un logro exquisito de gente nuestra leal e identificada con su hidalgo campanario, hace justicia a los fastos gloriosos de los que fueron protagonistas primero los conquistadores y luego los que a sangre y fuego alcanzaron la libertad, llamada a ser imperecedera desde todo punto de vista.
Creemos, de corazón, que en este tiempo inquietante, incierto en que estamos viviendo, debemos volcar todas nuestras preocupaciones, todos nuestros afanes, hacia la búsqueda de cosas, de objetivos que nos unan, que nos permitan disimular y salvar diferencias, y no, nunca, que por el contrario nos distancien, nos enfrenten y nos disgreguen, peor que nos enfrenten sin perspectivas de reconciliación.
Algo de aquello, precisamente, de crear condiciones para que con un boliviano nuevo, sin complejos, sin torpes prejuicios, se construya una nueva Bolivia de cara al porvenir, se estaba dando espontánea y fuertemente en esta Santa Cruz de la Sierra donde “la España grandiosa, con hado benigno, aquí plantó el signo de la redención (la Cruz).
A ese boliviano nuevo que entraba en sazón aquí con compatriotas procedentes del altiplano, los valles e incluso las llanuras como la nuestra, nunca se les pidió ni menos se les planteó cambiar sus costumbres, modificar sus expresiones culturales, reemplazar sus credos, practicar el civismo a nuestro estilo o según nos cuadrase. A ese boliviano le abrimos de par en par las puertas para que haga, piense, hable y cante sus himnos, sus marchas victoriosas y de combate bajo los cánones de siglos y siglos. Mas de ese mismo boliviano, a través de los descendientes aquí concebidos y madurados, estaba despuntando el nuevo ser, consecuente, en primer término con sus ancestros, pero a la vez, seguidor y observante respetuoso e incondicional de los nuestros.
De modo decidido creemos que en lugar de pérfidamente buscar cómo incordiarnos y peor aún distanciarnos, incluso a expensas de superfluidades, debemos lanzarnos a la consolidación de lo que nos pueda unir y nos fortalezca. Eso será hacer Patria.
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